“Padre y madre; testimonio del amor humano” tiene que ver con la vida y con el testimonio que es nuestra vida. Eso es lo que nuestros hijos miran. Ellos nos miran todo el tiempo y de acuerdo a lo que hagamos, actuarán. Esto no es un peso, es una enorme bendición.
El encuentro de padres e hijos, de mayores y menores alrededor de la reverencia de la palabra es importante. A través de la palabra de los cuentos y las historias el chico busca iniciarse en la vida emocional y afectiva a través de la voz de los padres.
Esa voz tiene que repetirse para que al chico le entre esa emoción, para que él entre en ese bosque temible, maravilloso de las emociones, acompañado por las figuras paternas.
No hay amor humano más puro ni más extraordinario que el amor paternal – maternal. No hay un sentimiento humano más extraordinario que ese y es de todos los amores, el más importante. Es un amor que absolutamente mueve al mundo.
El amor del padre hacia el hijo es superior al amor del hijo hacia el padre. Esto debe ser así, simplemente por una espiral de crecimiento que tiene la humanidad. Así como el alumno debe superar al maestro, también el hijo tiene que superar al padre. Es nuestra misión, hacernos superar por nuestros hijos.
El trípode sobre el que se asienta la relación de los padres con los hijos consiste de tres elementos básicos:
El Amor: que significa dar, empatía, entrega; reconocimiento de él, como un sujeto que nosotros como padres, desde nuestro amor y desde nuestro deseo, damos a la vida. El hijo no está aquí para que sea un apéndice nuestro a fin de eternizarnos, o para que sea una reproducción de lo que somos, o un productor de los deseos hechos o frutos.
Damos los hijos a la vida para que en ese ser ellos formen parte de esta aventura increíble, maravillosa, sorprendente y en gran parte desconocida que es, el ser humano en su calidad de ser vivo.
La Protección : todo chico nace indefenso, la indefensión es una característica de la infancia, motivo por el cual le es indispensable ese sostén, ese amparo, ese alimento que le va a permitir a él ir conformando la arquitectura de su subjetividad, de su individualidad y de su condición de persona.
Este alimento no es solamente un alimento orgánico, no es solamente comida. Este alimento significa cariño, amor, ternura, valoración.
La disponibilidad: implica ese “estoy” con vos, estoy para ayudarte, estoy comprometido en ser un acompañante incondicional en este proyecto tuyo de vivir, de salir a este mundo a construir tu propia historia. Es quitarle condicionalidad al amor.
Amar es posiblemente la acción humana más necesaria, tal vez no haya acción más vital que el poder amar. El verdadero amor, puede y debe crecer. Nunca alcanzamos a amar todo lo que podemos amar, siempre podemos mejorar nuestra capacidad de amar y nuestra acción amorosa siempre puede ser nutrida y enriquecida. El amar es vivir en continuo proceso de aprendizaje, nunca es perfecto, debe aprenderse día a día.
El amor de verdad crea esperanza y ayuda a crear sentido de lo posible.
Para ser padres, es muy importante que sigamos siendo esposos enamorados.
Una de las maneras adecuadas de enseñar -el amor- a nuestros hijos, no es desde nosotros hacia ellos, sino en el “entre mamá y papá”, porque de la manera en que mamá y papá se acaricien, se vean, se traten, se respeten, se valoren, se ponderen, se nutran, los hijos estarán aprendiendo cómo ser nutritivos y potenciadores; en la manera en que papá y mamá, pasados los años, sigan mirándose a los ojos y diciéndose “te amo” y “te amo” más que cuando comenzamos porque hemos crecido en el conocimiento mutuo, los hijos estarán aprendiendo.
El amor comprometido crece y puede ser mejorado, enriquecido.
Este amor por nuestros hijos nos lleva a encontrarnos y dedicar tiempo a reflexionar sobre temas que nos preocupan en referencia a la educación de ellos, como las adicciones, el divorcio, la autoestima, la sexualidad, los medios masivos de comunicación, los límites.
Nuestro amor hacia ellos debe ser exigente, entendiendo la exigencia relacionada con el estímulo del esfuerzo. Autoexigencia y exigencia al otro.
El esfuerzo no es sacrificio.
La improvisación permanente no es talento, es mediocridad.
La paciencia no es lentitud, es mi ejercicio cotidiano con el otro para hacer las cosas bien. Autoexigencia y exigencia al otro. Exijamos de verdad al otro, no “compremos” más pseudopensadores, pseudodivulgadores.
Tengamos la libertad de pensar y de elegir.
Convencidos de que el Amor hacia nuestros hijos es el que nos va a guiar en su educación, concluímos con Goëthe: “... da más fuerza saberse amado que saberse fuerte...”.
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