Día Internacional de la mujer
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Panel con motivo del Día Internacional de la Mujer
Universidad Católica de Salta
7 de marzo de 2008
Palabras de la Profesora, Dra. Alicia Pérez Abelleira, fcJ
Me han pedido que hable de “La vocación de servicio en el trabajo” y en particular desde dos aspectos de mi realidad. Por un lado el trabajo pastoral y el compartir la vida en el Barrio Solidaridad y por otro mi trabajo en docencia en la universidad, en el ámbito de gestión e investigación en Ingeniería en Informática.
Se me ocurren algunas reflexiones que valen para los dos ámbitos sobre la conciencia femenina, la comunión, la ternura y el poder.
Siendo religiosa, me es apropiado comenzar con unas palabras de Juan Pablo II en el documento Vita Consecrata: “Las mujeres consagradas están llamadas a ser de una manera muy especial, y a través de su dedicación vivida con plenitud y alegría, un signo de la ternura de Dios hacia el género humano…
Es obligado reconocer igualmente que la nueva conciencia femenina ayuda también a los varones a revisar sus esquemas mentales, su manera de autocomprenderse, de situarse en la historia e interpretarla, y de organizar la vida social, política, económica y eclesial” (n. 57, 1996).
La humanidad entera y también la Tierra, el sistema ecológico tan presionado y deteriorado, están necesitadas de nuevos modelos y relaciones (1). Esa “nueva conciencia femenina”, y no sólo de las mujeres consagradas, puede aportar nuevas formas de ser y pensar, y está cambiando el mundo del trabajo, la ética y la teología, y hasta la forma de hacer ciencia…
Tratando de no caer en estereotipos, me gustaría hablar de algunos de estos cambios. Desde las necesidades del mundo actual, la ética y la teología se está hablando más de la misericordia, la piedad, la fidelidad, la ternura, la compasión, la vulnerabilidad, el cuidado de la vida,… con la esperanza de una sanación de las relaciones. Esta necesidad de relaciones en las que el amor y la ternura se hagan más explícitos, parece una sensibilidad nueva que ha ido emergiendo para sustituir la agresividad competitiva que nos rodea.
Podemos decir también que se trata de un paso de la verticalidad jerárquica a una vivencia más horizontal y solidaria; y a valorar las diferencias, la diversidad. En este cambio espiritual y cultural parece que las mujeres tenemos mucho que aportar. No es que pidamos un favor para poder participar; estamos pidiendo que las relaciones sean fraternas y justas, como Dios quiere, y a las que toda la creación, no sólo los seres humanos, tiene derecho. En las palabras de Juan Pablo II, las mujeres estamos especialmente llamadas a “promover la cultura de la comunión, que “sólo se da cuando cada uno percibe la dignidad propia del prójimo y la diversidad como una riqueza, le reconoce la misma dignidad sin uniformidad y está dispuesto a comunicar sus propias capacidades y dones” (2). Nos hacen falta reconciliación y cooperación. Cada vez somos más conscientes de que éstas son urgentes para que nuestro planeta y nuestra humanidad puedan sobrevivir.
Juan Pablo II también habla del valor de la sensibilidad: “En nuestros días los éxitos de la ciencia y de la técnica permiten alcanzar de modo hasta ahora desconocido un grado de bienestar material que, mientras favorece a algunos, conduce a otros a la marginación. De ese modo, este progreso unilateral puede llevar también a una gradual pérdida de la sensibilidad por el hombre, por todo aquello que es esencialmente humano… El momento presente espera la manifestación de aquel «genio» de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano.” (Mulieris Dignitatem, n. 30, 1988)
Una teóloga brasileña, María Teresa Porcile, habla de educar en la sensibilidad, que parece un ámbito privilegiado de las mujeres: rescatar el valor de lo afectivo (ser capaces de ser afectados) y el valor de la vulnerabilidad (ser capaces de ser heridos) es tarea fundamental para incidir en el rumbo de la historia y sanar tantas heridas entre seres humanos. Por el contrario, muchas veces las pautas de la educación y la competitividad han insistido en desensibilizar, hacerse duro (3).
Retomo la invitación del documento Vita Consecrata a las mujeres consagradas a ser signo de la ternura de Dios, y creo que ha de hacerse extensivo a todas las mujeres. Juan Pablo II habló de “una nueva evangelización, que anuncie a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo el amor que Dios nos ha manifestado en Cristo y les brinde la certeza de la ternura con la que Dios continuamente sigue nuestro camino. Es un anuncio de alegría y esperanza, que contrarreste el sentido de soledad deprimente a la que tantas veces exponen la falta de certezas, la complejidad de la vida moderna y la angustia del futuro. Pero, a la vez, un anuncio exigente, que impulse a aceptar con generosidad el plan y la invitación de Dios”.
Las relaciones de Jesús con la gente, con los marginados, con las mujeres, son sorprendentes e innovadoras y cargadas de un sentido liberador e inclusivo, de amor y de compasión que dan dignidad. Anticipan las relaciones nuevas, porque están repletas de sentido comunitario y liberador; están desprovistas de rigidez y de intento de dominar al otro. No eran opresivas ni paternalistas, eran globales y afectaban a la persona completa, engendraban justicia y amor (4). Como Fieles Compañeras de Jesús, esto ilumina nuestro trabajo pastoral.
Las mujeres, desde nuestro rol de “no-poder” en la Iglesia, podemos dar testimonio especial de estas formas de relaciones. Jesús inspira una nueva forma de entender el poder, como relación y mutualidad, como la capacidad de influir en otros y también de ser influenciados por ellos. La imagen puede ser una red en lugar de una pirámide, todos pueden dar y recibir.
Jesús es el paradigma del poder como servicio, que afirma la dignidad de cada persona y le ayuda a descubrir que también tiene poder. Es un poder que no viene dado por estructuras o investiduras sino que surge de vivir con integridad, verdad, compasión y preocupación por los otros, de vivir tratando de ser como Jesús. No está basado en polarizaciones o dicotomías sino en afirmar la mutualidad, la interrelación entre todo y la importancia de trabajar para que el mundo - la humanidad y todo el planeta - sea diferente.
Alicia Pérez Abelleira, fcJ
(1) María José Arana, Rescatar lo femenino para reanimar la Tierra , Cuadernos de Cristianisme i Justícia, n. 78, Septiembre 1997, p 25. Disponible en www.fespinal.com
(2) Declaración final de la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos , n. 4; 27 Diciembre 1991 p. 7
(3) Porcile Con ojos de muje r, Editorial Claretiana, Buenos Aires, 2000, p. 45
(4) Arana, p. 29